OFICIO DE VOYEUR

Extraña forma de vida
Enrique Vila-Matas
Anagrama, 1997.
|156 p.|12 €|ISBN: 9788433910486|

Todo escritor que se precie de serlo conoce las delicias del espionaje. Reinventar la realidad, intervenirla, requiere de un previo ejercicio de curiosidad insatisfecha, de un ojo adánico que se sorprenda ante la obviedad del paisaje diario. De allí el interés inicial que me despierta la novela de Enrique Vila-Matas que estaba leyendo esta tarde: Extraña forma de vida.

El mundo de un creador de ficciones aparece aquí revelado como un incesante oficio de voyeurismo, como una concatenación de miradas indiscretas y de oídos atentos al espesor de las conversaciones ajenas. De ese modo, el escritor se asume como un cuerpo vaciado de sí mismo que se configura a partir de los otros. Un cuerpo dentro del cual la mirada se convierte en el preámbulo necesario del lenguaje y de la ficción.

Afirmaba Sartre: «Basta que otro me mire para que yo sea lo que soy». Vila-Matas nos plantea en su novela que el mundo de la ficción novelesca surge a partir del espionaje simultáneo y perenne que ejercen entre sí los distintos elementos implicados en el proceso literario. Mientras escribe, el autor hurga en sí mismo y descubre sus zonas de penumbra. Al leer, intentamos revelar ese mínimo momento de debilidad en que el autor no puede seguir ocultándose tras sus personajes. Un tenso juego de ajedrez se establece en esa vigilancia que autor y lector ejercen sobre sí mismos y sobre su entorno. Visiones que se entrecruzan, que se esquivan. Visiones en las que lector y autor establecen la relación subterránea y clandestina de esos amantes que al coincidir en público sólo se prodigan la (in)exactitud de una mirada en la que cada uno de ellos revela innominadas partes de su ser más íntimo.

Un triángulo amoroso sostiene las relaciones anecdóticas de esta novela. Un hombre desea retener una mujer y no perder a otra. Lograr tal equilibrio resulta imposible pero en estas páginas «espiamos» tal tentativa. El argumento más que clásico, parece manido, pero es así como Vila-Matas nos refiere la cotidianidad ramplona de un escritor realista que se afana en copiar la existencia de sus vecinos al tiempo que desarrolla toda su capacidad imaginaria en la serie de artículos que escribe para los periódicos. Junto a estos gestos mínimos del diario transcurrir, gravitan dos mujeres, haz y envés, luz y sombra, en las que lo femenino adquiere dos de sus manifestaciones más primarias: la armonía y la seducción.

Una historia paralela fluye al lado de este triángulo: la serie de espionajes con la que el escritor ha ido adquiriendo la agudeza de su oficio. Historia levemente irreal, transgresora, nada en ella parece absolutamente fuera de lugar, pero constantemente sentimos en ella ese escozor propio de los territorios anteriores en lo onírico; percibimos esas señales que se encuentran situadas en esa mitad donde el sueño y la vigilia se entrecruzan, combinando de manera aparentemente fortuita la sintaxis de nuestra cotidianeidad con la ligereza de las asociaciones más insólitas. Salvador Dalí, Graham Greene, un verdadero espía del gobierno francés: sombras apenas delineadas que atraviesan estas páginas, y que nos revelan las fases de un aprendizaje en el que el escritor nos detalla con verosimilitud e ironía, los modos en que la ficción se alimenta de lo real para reconfigurarlo.

Vila-Matas ha escrito alguna vez que es esa la primordial tentativa de su escritura, alcanzar ese «realismo interno» que el define por oposición a algunos de los realismos más divulgados de las últimas décadas: «Y hay una línea que me gustaría llamar realismo interno y que estaría contrapuesta con lo que suele llamarse realismo mágico o maravilloso -bastante pelmaza para mi gusto, la prueba es que es fácil de imitar y la narrativa se ha poblado últimamente de buques perdidos en la selva-, mientras que yo busco una profundización psicológica, pues siempre me gustó ver el lado oculto de las cosas, la otra cara de los lugares comunes, de las frases hechas, decir diego donde Isabel Allende dijo digo».

Y es que quizás la función actual de la novela, frente al éxito del género sea desdecirse de sí misma, como lo procura siempre Vila-Matas. Decir diego donde muchos (Gala, Pérez-Reverte, Esquivel, Tamaro) se afanan en decir con voz plana y monocorde un simple digo. JCMG.