EL ÁNGEL DE LA TROMPETA

Juan Carlos Chirinos


Oh, when the trumpet sounds the call,
oh, when the trumpet sounds the call,
oh, Lord I want to be in that number,
when the Saints go marching in.




Acaba de despertar. Ha pasado muy mala noche así que lo último que desea es levantarse. Pero una vez despierto le es muy difícil conciliar el sueño. Sin embargo, sigue tirado en su nube, acurrucado debajo de sus alas y dispuesto a hacerse el dormido si repican las campanas. Pero no van a sonar; es a él a quien toca ofrecer la función del día. El ángel de la trompeta se hace el dormido y ya son las diez de la mañana. Todo el mundo comienza a impacientarse pero temen ir a despertarlo; han sabido del mal humor con que los ángeles se despiertan, y no quieren probar la ira de éste. Recuerdan la historia de Uno muy poderoso enviado a los Infiernos sólo por insinuar que los ángeles no tenían sexo, según reza la tradición. Que sí tenían, dijeron ellos al tiempo que arrojaban al Fuego Eterno al desafortunado, que sí tenían y que era sexo de ángeles, mucho mejor que el humano todo chiquitico ahí. Decidieron, pues, dejar que el trompetista se despertara solo. Pero el ángel no tenía ninguna intención de levantarse todavía. Como a las doce, uno -osado- se atrevió a llamar al jefe. “Esto no puede seguir así, señor, es una irresponsabilidad”. “Esto no es culpa nuestra; los ángeles han tomado demasiada confianza”; “atrás quedaron los días cuando estos monstruos alados apenas eran unos tímidos amorcillos, señor”. Y el jefe asentía con la cabeza, avergonzado de no poder hacer nada. El ángel de la trompeta se levantaría cuando quisiera.

Llovió.

La nube del ángel-louis-armstrong se deshizo. Cuando ya no hubo más nube, el ángel comenzó a caer lentamente. Antes de tocar el suelo, extendió sus alas poderosas y se volvió a elevar. Se sentó en un cúmulo y se rascó un muslo. Bostezó.

-Tráiganme la trompeta, por favor.

Todos miraban al ángel con fingida simpatía. Le trajeron la trompeta y comenzó a limpiarla cuidadosamente. Alguien lloró.

-No pensarán que voy a tocar con esta trompeta toda llena de miel y ambrosía, ¿no?

Agarró la boquilla y la limpió por dentro y por fuera, la sopló repetidas veces hasta que logró emitir un sonidito agudo perfecto. Cuando terminó, la trompeta brillaba como él. Se levantó sobre la nube y se hundieron un poco sus pies entre la bruma. Ya estaba acostumbrado a esta incómoda sensación. Agarró la trompeta con las dos manos. Extendió sus alas al máximo y justo antes de comenzar se detuvo:

-¿Y los fotógrafos? ¿Y los escultores, y los pintores, y los cronistas, y los hagiógrafos, y los evangelistas, y los maquilladores, y los peluqueros, y los vestuaristas, y todos los demás que odio nombrar, ah?

-Todos aquí, señor.

Él sabía que todos estaban allí esperándole. Se dio cuenta de que un bucle sobre la frente se le veía de lo más bonito. Dio un brinco de alegría, le tomaron una foto y lo aplaudieron. De todas maneras, el condenado ángel era muy simpático. Todos volvieron a sus posiciones y el ángel se acomodó para comenzar a tocar. El alado-armstrong tenía mucha experiencia, así que contó un, dos, tres, y todo el mundo comenzó a bailar desesperadamente al compás de la trompeta. El ángel sudaba y el cielo estaba adornado de rojo para la ocasión. Era toda una celebridad el ángel que aún mantenía el defecto de llevar el ritmo con el pie derecho.

La séptima trompeta estaba sonando con toda su orquesta.

[bonus track]

Tenshi Ga Hohoemuto Koi Wa Hajimaru No
Tenshi Ga Hohoemuto Koi Wa Umaku Yuku
Kitto Umaku Yuku Atarashii Asa No
Fushigi Na Yokan Suteki Na Yokan
Atarashii Koi No Uta.
Konishi Yasuharu (Pizzicato Five)

El despertador sonó varias veces antes de que levantara un ala y, valga la redundancia, de un plumazo lo destrozara. No fue mala la noche pero la resaca ahora le da vueltas alrededor de la nube; cinco de sus hermanitos más pequeños lo apuran porque el jefe lo está llamando. Y él piensa, qué pasa, ¿no fue ayer el último día de trabajo? Que hoy ya era fin de semana, iba a protestar, que lo dejaran dormir más, que su contrato terminaba ayer... y el trompetista se cubría más la cabeza con sus alas. Los hermanitos, por el contrario, lo halaban por los bucles y le hacían cosquillas en las plantas de los pies, descubiertas y sin nube. La trompeta colgaba aún sin limpiar, muy usada del día anterior. La orquesta se había marchado, quiso argumentar él, pero los hermanitos insistían en que era hora de levantarse, que el jefe llamaba. «Dios, qué fastidiosos son». «Lo sabemos», rieron ellos. Pero el alado-armstrong no tenía ningunas ganas de levantarse todavía.

Entre las nubes miró hacia la tierra y vio que los rezagados aún estaban llenando los formularios y mostrando su documentación. Caminaban sin emoción y el sol inclemente de la mañana les achicharraba la cabeza. “Pobres idiotas”, pensó.

Extendió majestuoso las alas asustando a sus hermanitos y bostezó largamente. Volvió a coger su trompeta y, sin aviso, lanzó un agudo do menor que hizo caer muertos a los que en la tierra aún hacían cola y esperaban su turno. “Así está mejor”. El aliento le sabía mal, y recordó con náusea la ambrosía del día anterior y los bailes excesivos. Durante toda la fiesta estuvo bebiendo y tocando su instrumento –aún sentía los pegajosos labios llenos del néctar. La comida no escaseó, el baile estuvo a la orden del día y todos los seres que vio le excitaron los sentidos, de lo angelicales que eran Con sus mejores amigos, el Rafa, el Gabi, el Zadi, montó más de un escándalo y cree recordar la sesión de las serenatas. Sí, fue una fiesta estupenda, todo marchó a las mil maravillas. No entiende, entonces, para qué el jefe lo llama. Su contrato terminaba ayer, de ahora en adelante podría dedicarse a la música que le gustaba. La salsa, el merengue, la guaracha, las descargas y los montunos, eso era lo que toda la vida había querido hacer; ya no iba a aceptar ningún contrato esclavizador más. Tal vez era eso lo que el jefe se proponía hacer. Y no, no lo iba a aceptar. Él ya había hecho su parte y ahora les tocaba al él y a sus dos socios el trabajo sucio. Sucio.

Entonces recordó.

Sus hermanitos, muertos de la risa, se fueron dando botes de un lado a otro con sus alitas de moscas y siseando alegremente entre sí. “Qué bruto”, creyó oír reírse a uno. Ya les daría su merecido a esos insolentes, con un solo trompetazo tendrían para lamentarse una eternidad. Pero a sus pensamientos volvieron sus recuerdos: la fiesta estuvo bien, fue un desmadre, lo único son esas lagunas mentales: ¿fue pollo lo que comieron en la madrugada? Voló pesadamente hasta el trono del ave y descubrió unas pocas plumas, ya frías. “Ah, vaina, nos comimos a la paloma”, pero no pudo sonreír porque ya el castigo caía sobre él, ya el jefe le imponía su vozarrón represivo y su corazón se paralizaba. “Pero si yo estaba borracho, fueron ellos, fue idea de ellos”, trató de decir pero mil maldiciones caían sobre él. En el fondo de su cerebro de ángel, el trompetista tuvo la esperanza de que fuera cierto lo de la misericordia infinita. La trompeta yacía en la tierra, hecha añicos. Y la paloma observaba satisfecha, a pesar del ardor que recorría todo su cuerpo y los yesos que envolvían las alas y el cuerpo calcinado.

Los hermanitos reían y jugaban en rueda al trompetista loco.