LA MOSCA

Juan Carlos Méndez Guédez



El hombre se vistió para salir a la calle. Amanecía. A lo lejos se oía el rumor de un camión. Cansado de no acertar a colocarse bien los botones, el hombre encendió la bombilla. Su mujer lo miró con ojos espesos de sueño y se dio la vuelta para intentar dormirse.

Una mosca voló sobre el cuarto.

Ambos la miraron.

El hombre cogió una toalla y trató de espantar al insecto. La mosca continuaba frente a ellos: un punto oscuro, silbante. El hombre lanzó un nuevo golpe y logró acertarle. El insecto voló sin control hacia un lado, luego hacia el otro, cuando ya parecía irse al suelo, se elevó en línea recta y se lanzó sobre la base de la bombilla. Allí entró buscando refugio. De inmediato hubo un sonido, una crepitación, algo que arde. “Apaga la luz, apaga la luz” gritó la mujer tapándose los oídos al comprender que la mosca se achicharraba.

El hombre la obedeció.

Esperaron un rato. Nada. Se miraron, pensado que quizás en cualquier momento la mosca saldría turulata y palpitante hasta escapar por una ventana.

Los minutos crecieron y desde la calle vibró el rumor de los autobuses.

El hombre terminó de vestirse. No volvió a mirar la bombilla. Pensó que en la noche intentaría sacar el cuerpo del insecto para arrojarlo a la basura. O quizás no, ¿para qué hacerlo?

Cuando fue a despedirse de la mujer, descubrió que ella lo contemplaba de una extraña manera, como si hubiesen sido testigos de algo innombrable. El hombre no se atrevió a besarla.

Se colocó la corbata con rapidez. Luego se marchó y corrió por las escaleras. Al llegar a la avenida respiró hondo. Sintió que su casa le quedaba muy lejos.

[inédito]